Obras
de J. Miró
(1925)
Por el título podríamos suponer que se trata de una especie de retrato y aunque técnicamente estaríamos en lo correcto, lo que el pintor representa es más bien un esquema con los elementos que conforman el rostro de un hombre. Desde los ojos hasta la barba, todo está ahí esperando a que el espectador sea capaz de unir todas esas partes en una imagen mental.
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“El carnaval del arlequín”
(1922)
“El carnaval del arlequín”
(1922)
La pintura tuvo origen justo en el tiempo en que Miró se encontraba en una fuerte carencia económica que lo arrastró a un periodo de hambruna, mismo que lo llevó a generar imágenes abstractas en su mente. El mismo autor describió su pintura de la siguiente manera:
«Intenté plasmar las alucionaciones que me producía el hambre que pasaba. No es que pintara lo que veía en sueños, como decía entonces Breton y los suyos, sino que el hambre me producía una especie de tránsito parecido al que experimentaban los orientales».
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“Naturaleza muerta del zapato viejo”
(1937)
“Naturaleza muerta del zapato viejo”
(1937)
Miró retoma los elementos básicos de los cuadros de naturaleza muerta para rodearlos de una atmósfera de incertidumbre y caos. Con la combinación de estos recursos, al igual que muchos de sus contemporáneos, el artista trata de representar los estragos causados por la Guerra Civil Española.
“Mujer y pájaros”
(1940)
(1940)
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Las constelaciones y las múltiples figuras que se presentan en esta obra nos
hablan de la manera en que Miró combinó su compromiso con la sociedad y esa
cualidad de viajar hacia otros mundos, propia en los artistas que se enfrentan
al espacio en blanco. Además cada línea y cuerpo plasmado en el cuadro es un
símbolo determinado.
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“Hombre y mujer frente a un montón de excrementos”
(1935)
“Hombre y mujer frente a un montón de excrementos”
(1935)
La interacción de colores brillantes en todo el cuadro crea un sentimiento de
angustia en los espectadores. Precisamente esa sensación es la que atormentaba
al artista cuando se enfrentaba a la situación política en la que estaba
sumergida España, situación que lo condujo a esta experimentación con
matices y formas.
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“Perro ladrando a la luna”
(1921)
“Perro ladrando a la luna”
(1921)
A pesar del trasfondo político en muchas de sus obras, Miró también le dio una oportunidad al humor. En este cuadro, el pintor plasmó aquel rumor antiguo de que los perros le aúllan a la luna llena, no obstante le dio un giro surrealista al agregar una escalera por la que es posible llegar hasta la luna para —en el caso del perro— ladrarle más de cerca.
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“Manos volando hacia las constelaciones”
(1971)
“Manos volando hacia las constelaciones”
(1971)
El alto contenido de pintura negra y las manchas que
aparecen en todo el cuadro nos dan un testimonio de la fuerza que tienen los
sentimientos en toda la obra de Miró. Si bien hay quienes interpretan este
cuadro como una forma de protesta en contra de la sociedad, al rescatar el
elemento de las constelaciones nos damos cuenta de que se trata de un asunto
más personal.
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“Interior holandés”
(1928)
“Interior holandés”
(1928)
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Miró pintó una serie de cuadros a modo de representar a
los maestros holandeses del siglo XVII, en este caso,
las figuras que reprodujo corresponden a “El tañedor de laúd” de Hendrick
Martensz Sorgh.
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Si bien es cierto que el surrealismo no comenzó ni terminó
con este artista, la habilidad con la que el pintor ejecutó cada uno de sus
cuadros nos habla de la innovación estética que implicó, ahora sí, la
vanguardia en general. Llevando al arte hasta un punto en el que es necesario
romper con la realidad para alcanzar un punto estético nunca antes explorado.
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